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El coleccionista de voces - César Pagano



Este paisa nacido en Medellín el 18 de
noviembre de 1941 fue bautizado con el
nombre de César Alberto Villegas Osorio y
aunque vivió gran parte de su vida en
Palmira y en su ciudad natal, se siente
identificado con Bogotá, en donde reside
desde hace treinta años.
Es sociólogo de corazón, fue expulsado
más de dos veces de Medellín y del Valle por
su militancia en partidos revolucionarios y
por eso llegó a la capital en donde visualizó
mejores oportunidades para hacer realidad
sus ideas, entre esas, difundir la música que
lo apasionaba: la salsa y el bolero.
“Pagano” lo apodaron sus amigos por un artículo que alguna vez escribió y tituló “La
salsa: ese goce pagano”. Posteriormente los bares que fundó llevarían siempre ese
apellido.
A Pagano le fascina programar música pero sobre todo coleccionarla. Sus preferidos
son los cubanos y sus amores, los boleros. Ni en su recamara ni en su sala comedor hay
lugar para un disco, casete o acetato más, pues ya sobrepasa los 5.000. Pero sus joyas
mejor atesoradas son una gran colección de entrevistas que ya supera las 800, de las
cuales casi 600 ya fueron compradas por la biblioteca Luis Ángel Arango. La mayoría de
ellas las hizo el mismo César a los más grandes de la música: compositores como el Tite
Curet Alonso, y Julio Ernesto Estrada “Fruko”, o intérpretes como Daniel Santos, Eddie
Pamieri y Celia Cruz. Y no hay músico del Caribe colombiano que no haya conversado con
él.
Pagano es melómano, nunca fue buen bailador pero en su intrépida juventud, como él la
llama, se subió a la tarima para sonear y gozar con “los grandes” de la salsa. Viajando
por Cuba y Latinoamérica, y siendo un aplicado académico musical, se ha convertido en
un reconocido teórico de la salsa, aunque él considera que de lo que más sabe es de
boleros.
Además de ser el dueño y socio de dos de los bares más recurridos por los salseros en
Bogotá, como El Goce Pagano y Salomé Pagana, César es radiodifusor desde hace más de
20 años, investigador y escritor. Es autor de los libros Salsa: ritmo y libertad, Ismael
Rivera: el sonero mayor y El renacimiento del bolero, entre otros artículos y ensayos sobre
música caribeña.

¿A qué debe su amor por la salsa y por la música caribeña?
Mi gusto por el Caribe empezó a mediados de los años 50 cuando yo era un adolescente
y vivía en Palmira, en donde escuchaba el son de los negros y los cantos de la música
colombiana y del Pacífico, o la que llegaba de Cuba y de Puerto Rico. Me atrajo mucho la
filosofía social que portaba esta música, letras que planteaban discusiones rebeldes pero de
formas optimistas.
La salsa me sorprendió en una edad más adulta, a mis 30 años. Y digo me sorprendió
porque otros ritmos que yo conocía bien, como la ranchera, el tango y la música andina no
me satisfacían del todo, salvo el jazz que al igual que la salsa es una música casi perfecta.
La salsa es para mí un conjunto de sonidos exquisitos, la salsa brava que empecé a
escuchar en los años 70 es una música perfectamente elaborada que da un placer auditivo
incomparable. Precisamente por esa época me trasladé a Bogotá y me di cuenta de que la
salsa estaba entrando a la ciudad con mucha fuerza. Por eso muchos nos apegamos tanto a
esos sonidos y vivimos años fantásticos.
¿Cómo recuerda ese fenómeno salsero?
La salsa como tal –porque música del Caribe ya había desde los años 20– llegó a Bogotá
como un fenómeno marginal traído por los costeños de las dos costas. Empezaron a
aparecer bares como Mozambique, La Gaité, El Palladium, El Tunjo de oro, La Teja
Corrida y El Escondite, que eran los lugares que con mis amigos solíamos frecuentar. Sitios
más bien raros, unos por humildes y otros por exagerados, pero fue allí donde me enamoré
mucho más de la salsa y me empezó a dar vueltas en la cabeza la idea de tener un sitio en
donde hacer lo propio.
Esa idea se hizo realidad con El Goce Pagano…
Mis amigos y yo no nos sentíamos insatisfechos con la música que estaban poniendo en
esos lugares y con la adecuación de los espacios. Por eso decidimos juntar nuestros
ahorritos y fundar el primer Goce Pagano, en 1978, que tenía una propuesta bien distinta a
lo que existía antes, se parecía un poco a La Teja Corrida pero no a los demás que eran más
cantinas o tiendas de barrio que bares. Los otros lugares que existían antes del Goce eran
algo así como burdeles norteamericanos, con una elegancia forzada, llenos de espejitos y
decorados con colores fuertes, bolas reflectoras y humo. El Tunjo de Oro y Mozambique

eran más modestos, casi tiendas, muy económicas, e iba gente que tenía más pretensiones
de escuchar la salsa que de bailarla.
No hallábamos el lugar que queríamos y entonces armábamos tremendas farras en mi
apartamento. Hasta que la que era mi esposa me confesó que se sentía muy aburrida con la
situación y los vecinos empezaron a quejarse por la música a tal volumen. Así que por eso,
junto con Gustavo Bustamante y Juan Guillermo Gaviria, emprendimos la tarea de buscar
un espacio para adecuarlo de la manera que queríamos y lo encontramos en la carrera 13 A
con calle 24, donde montamos el primer Goce Pagano.
Pensamos en darle al bar un ambiente cultural. Adecuamos el lugar para lanzamiento de
libros, de autores como Alejo Carpentier, Alejo Palma, Julio Cortázar, Jorge Amado, y
más. También pusimos una buena tarima para la presentación de grupos artísticos, de danza
y de teatro; proyectamos películas de salsa, como la primera de La Fania y la de Cortijo y
su combo; fuimos el ensayadero de grupos como Niche, por mi amistad con el compositor
Alfonso Córdoba, y de otra orquesta muy buena que se llamó Washington y sus Latinos, o
de las chicas de Yemayá.
Manejábamos una línea musical interesante, para un público más bien selecto. Me
gustaba ser el programador y poner mi propia música: salsa bolero, danzón, cha cha chá, y
por supuesto a todos los bravos de La Fania, a Lavoe, a Colón, no mucho a Blades, porque
con él tengo mis reservas, y también a Los Lebrón, entre mis preferidos. El lugar se llenaba
tanto que nos tocó poner una sucursal.
Tengo entendido que parte del movimiento literario que hubo en el bar fue algo a lo
que llamaron “Los papeles del Goce”, ¿me podría explicar qué fue eso? ¿Cómo
funcionaba?
Cuando la literatura latinoamericana estaba en furor nosotros fuimos difusores de varios
de estos escritores, desconocidos en la época, en Colombia. Los papeles del Goce fueron
copias de los libros de distintos autores que con su autorización circulamos en el bar.
Gustavo Bustamante era quien se encargaba del mimeógrafo, porque en esa época no
existían las fotocopiadoras, así que lo que hacíamos era una especie de grabados que luego
armábamos con argollas plásticas de forma manual. Lo hicimos con Alejo Carpentier y su
libro Consagración Primavera, con Julio Cortázar y su libro Rayuela, con Jorge Amado,
quien con un gesto muy bonito, nos vendió sus derechos de forma simbólica en un dólar.

Luego, organizábamos los lanzamientos y a los contertulios se les entregaba ese material.
Ellos colaboraban voluntariamente con cualquier aporte económico, y era con ese dinero
que podíamos copiar el siguiente libro.
Los otros Goces… ¿Mantuvieron la misma línea cultural y musical que usted había
pensando desde un principio? ¿Qué impacto tuvieron en la ciudad?
El segundo Goce Pagano que montamos fue en la carrera 5 con calle 26, al frente de Las
Torres del Parque. Para finales de los años 70 y principios de los 80 ese era un lugar muy
importante para la vida bohemia de la capital. Con nuestro bar atrajimos un público de clase
media conformado por estudiantes, artistas jóvenes, militantes de izquierda, periodistas,
intelectuales.
Sucedía esto porque el hecho de que la salsa fuera el resultado de un fenómeno marginal
con un mensaje bastante profundo significaba implícitamente que necesitaba de mentes
educadas y capaces de comprender ese universo en su totalidad, tanto en sus sonidos como
en sus contenidos. Este grupo selecto de personas era consciente de que en la salsa había un
mensaje rebelde e inteligente que reivindicaba el orgullo mulato mediante esa música
gozona y bien distinta rítmicamente de los cantos sociales o de protesta latinoamericana.
Eso era lo que quería mostrar El Goce y después fueron muchos los nuevos empresarios
de bares que se unieron a nuestra idea y montaron lugares similares. Por eso surgió
Quiebracanto, que como su nombre lo indica hace homenaje a un grupo argentino de la
época que componía canciones sociales; luego apareció Galería, Café y Libro, el primero,
no el de Alberto Littfack, sino el de Fred Caín Torres, un judío inquieto que a raíz de la
persecución política que había en el país tuvo que irse dejando a sus empleados el bar para
que se lo pagaran como pudieran. Después Alberto Littfack pusó los otros. Del mismo
modo, aparecieron Salsa Camará, Sonfonía, Son Salomé, y otros más que también
perseguían nuestra orientación, nuestra decoración. Bares sencillos, con velitas y luces que
facilitan la comunicación, sin cubículos, ni espejos, ni grandes y estorbosos sofás.
Los Goces tienen una misma línea de decorado, que de algún modo representa la fiesta
colombiana, lo nuestro, de forma sutil y sencilla. Esta tendencia también fue adoptada fuera
de Bogotá, en ciudades como Barranquilla, con La Cajita de paja, o Changó, y en Cali y
Medellín, en discotecas como Convergencia y Rumbantana

El tercer Goce lo fundé yo solo, sin sociedad, en 1980, sobre la 74 con caracas. Unos
años después cerró definitivamente El Goce de Las Torres del Parque y muchos otros bares
del sector, motivo por el cual se extinguió definitivamente el ambiente bohemio del lugar.
Pues los vecinos demandaron a través de una tutela por contaminación auditiva en una zona
que era antes residencial y ganaron. A muchos les tocó cerrar y muy pocos volvieron a
establecerse en otra parte de la ciudad. Este suceso fue trascendental en la decaída del
movimiento de la salsa brava en la capital.
El Goce de la caracas con 74 estaba ubicado en una casa grandota de tres pisos. En el
primero vivía yo con mi familia y los otros dos eran para el baile y la gozadera. A ese
Goce, en particular, le tengo mucho cariño porque fue en él donde conocí a los grandes
maestros de la salsa, fue allí donde empezaron a crecer varios artistas que hoy ya son muy
grandes, como Francisco Zumaqué y Gustavo García ―El Pantera‖; también se presentaron
en varias oportunidades mis amigos Celina González y Lázaro Reutilio, Daniel Santos,
Willie Colón y Eddie Palmieri. Además, visitaron el sitio el escritor Gabriel García
Márquez y el músico Dámaso Pérez Prado, para quienes hicimos en alguna ocasión una
fiesta privada en la que se presentaron las chicas de Cañabrava.
Gabo me dijo un día que en su vida había oído solo de dos nombres de bares que
realmente le habían impresionado: ―Me gusta Senderos luminosos, de Cali, por su
hermosura poética, y El Goce Pagano, porque no soy capaz de imaginarme un lugar así, y
salsero, delicioso, por eso vine‖. También Dámaso me dijo: ―Apenas supe de este bar quise
conocerlo porque me daba vueltas en la cabeza la idea de un bacanal y muchas orgías,
musicales supuse‖. Y por supuesto, es un goce cultural sin ningún tipo de connotación
sexual distinta a los placeres que pueda generar la buena música.
Para esa misma época viajé en repetidas ocasiones a Cuba y de repente, me antojé de esa
magia musical y de ese espíritu cultural que vivían allí. Entonces creí posible vivir esa
realidad en mi país y aprovechando la coyuntura del movimiento salsero fuerte que se vivía
en toda Colombia pensé que sería buena idea montar otro Goce Pagano en Cartagena, la
ciudad que por antigua y por tener ciertas características del estilo que yo buscaba en su
arquitectura, me pareció la más indicada.
Por eso en 1985 cerré el Goce de la Caracas, pues la administración que dejé por seis
meses no funcionó. Al mismo tiempo, empezaba a funcionar otro Goce en el centro de la

capital, camino a La Quinta de Bolívar, sobre la carrera 4 con calle 12, pero de este nunca
me hice cargo, y es mi hijastro Diego Naranjo quien lo mantiene. El primero nunca ha
cerrado, y desde entonces está a cargo de Gustavo Bustamante, quien ya hoy lo tiene muy
descuidado, sin letrero, ni siquiera.
¿Descubrió en Cartagena el paraíso musical que esperaba? ¿Qué sucedió?
Llegué a Cartagena en 1985 pensando que era la ciudad de Colombia más parecida a
Cuba, pero definitivamente me equivoqué. El ambiente cultural era muy distinto a lo que yo
esperaba y la gente también. La música que preferían los cartageneros, sus costumbres,
nada era similar al imaginario que yo tenía.
Fui con la intención de montar allí un Goce Pagano pero no sentí la conexión con la
gente y me encontré con una ciudad turística que solo por raticos se hacía más interesante,
así que me fue imposible abrir mi bar.
Después de un año de vivir allí, un empresario con mucho dinero me ofreció ir a
Medellín a montar un Goce allá. Así que en 1986 me fui con mi familia para Antioquia. Mi
aporte no fue económico, yo solo tenía que administrar y organizar la movida con mis ideas
sociales y con mi música. En marzo de 1986 ya existía ese Goce, ubicado en el famoso
Parque El Poblado.
¿Y en Medellín sí descubrió usted la magia musical justa para un Goce?
Económicamente tuvimos mucho éxito –en principio– como mi socio lo esperaba. Pero
él y yo teníamos concepciones musicales muy distintas. Para esa época se puso muy de
moda la música de despecho y sucedió un día, después de unos seis meses de abierto el bar,
llegué una noche y me encontré con la sorpresa de ver allí a uno de esos grupos tocando esa
música tan pobre instrumentalmente y de tan mala calidad en sus letras, que sentí
vergüenza con el público y total decepción. Yo sabía que la gente que iba allí buscaba algo
diferente, una música más refinada, más exquisita, más rara y buena. Así que una semana
después de ese acontecimiento me devolví a Bogotá a hacer lo que yo realmente quería. De
nuevo abrí mi propio bar, con mis ideas y con mi música.

¿Por qué Bogotá parecía ser una ciudad para acoger mejor un lugar cómo el Goce?
¿Qué tenía la capital de lo cual carecían las demás ciudades?
Aunque no fue Bogotá la primera ciudad de Colombia a la que llegó la salsa, sí fue en la
capital en donde se consolidó el movimiento y en donde los receptores entendieron y
adoptaron como una forma de vida esos mensajes que traía la salsa brava, la de la primera
etapa de la Fania y Los Hermanos Lebrón y todas esas famosas composiciones del Catalino
―El Tite Curet Alonso‖. Fue en Bogotá en donde la gente cantaba esas letras compuestas de
inconformismo social y las bailaban y las aceptaban. En Bogotá estaban los intelectuales de
la salsa, que éramos muchos, ese tipo de personas que sabíamos admirar el género musical
con total comprensión. Gente que en su mayoría también amaba el jazz, que comprendía
tanto las composiciones instrumentales como las letras de la salsa. Y es que por ser un
ritmo sabroso, que se presta para el baile no significa que solo por eso sea bueno, y muchos
colombianos siempre lo han visto así. Muchos paisas, muchos barranquilleros, muchos
cartageneros, que son salseros, pero sin demeritarlos creo que es en Bogotá donde
realmente siempre hubo y hay una cultura musical más inteligente, por eso un lugar cómo
El Goce no puede estar mejor ubicado en otra ciudad.
Pero claro, como en todo fenómeno musical hay variantes, y así como la capital se ha
prestado como el mejor escenario para el desarrollo de la salsa, también ha sentido sobre su
suelo todos los altibajos del movimiento. Entonces en algún momento la movida se
desorientó y a todos nos ha tocado mutarnos con esas tendencias inesperadas de la música,
que crean favoritismos en la gente y que se salen de las manos de los salseros de verdad.
Se desorientó… ¿Por qué?
A finales de los años 80 y principios de los 90 hubo un importante cambio en la
dirección de la salsa, motivado principalmente por los exitosos empresarios de Nueva York,
quienes en medio del conformismo de su comodidad económica apostaron siempre al mejor
postor y, por supuesto, a lo que más les favorecía en su momento. Estaban sucediendo
cosas en el mundo, que inevitablemente tenían efectos sobre la música. Empezaban los
movimientos juveniles fuertes, los movimientos negros, feministas, guerrilleros en Cuba y
en Colombia; lo que generaba pánico en la dirigencia, y es por eso que empresarios como
Coca-Cola o Colgate quitaron su respaldo comercial a las firmas de Masucci y Pacheco y a
la Fania también, por las composiciones sociales de las canciones que evidenciaban la


realidad. Empezaron entonces a apoyar a músicos como Julio Iglesias, quien tenía
repertorios pacifistas, que le cantaban al amor y que no parecían tener la misma
trascendencia social de las letras del Pete Rodríguez, por ejemplo, ―para vivir así prefiero la
muerte‖ o de Lavoe ―Quítate tú pa ponerme yo‖, que eran claramente políticas y
controversiales.
De modo que esta situación repercutió musicalmente en la salsa puesto que para
encajarla en ese medio comercial ―la vistieron de gala‖ como muchos empezaron a referirse
a ella en ese momento. Eso con la intención de filtrarla en las clases medias altas y en las
élites. Así que esa nueva salsa le cantaba al amor y al erotismo, de forma simple y por
convicción comercial. Por lo que empezamos a oír eso de ―Ven devórame otra vez‖, o
―Quiero hacerte el amor‖ o ―Vamos a volar entre sábanas blancas‖. La salsa quedó reducida
a lo que luego bautizaríamos con el nombre de ―salsa rosa‖, la de Jerry Rivera, Marc
Anthony, Gilberto Santarrosa, La India, Rey Ruíz, Maelo Ruíz, Mariano Cívico y otros más
que impulsaron esta decaída del movimiento salsero inicial, donde los mensajes eran de
otro tipo, nada agresivos ni profundos.
¿De qué manera se ven afectados los bares de salsa tradicional, entre esos los Goces,
con la imposición de esa nueva salsa?
Sufrimos transformaciones inevitablemente. Esos desplazamientos de ideas culturales
nos obligaron a ensayar abrirnos a otras músicas. En mi caso, yo era ortodoxo a un estilo: la
salsa brava. Negado rotundamente a dar espacio a la salsa rosadita, empecé a abrir espacios
a la música cubana, siendo el primero en difundir en Bogotá a Los Van Van y a Irakere.
También empecé a programar música colombiana, cuando por fin descubrí que en nuestras
costas había mucho sabor y música de buena calidad. Así que invité en varias
oportunidades a Los gaiteros de San Jacinto y a Totó la Momposina, y a Etelvina
Maldonado. Esa fue mi opción, pero otros bares como Quiebracanto, por ejemplo, se
movieron a la onda del blues y del reggae y de otras músicas caribeñas.
A mí no me seducía esa música, ni cambiar mis tendencias tan radicalmente y por nada
quise ceder nunca ante las imposiciones de los medios masivos de contaminación, que
difundían por doquier la salsa rosadita.

¿Se refiere usted a los medios de comunicación como los medios masivos de
contaminación por ser los responsables de arruinar la difusión de la buena música?
Usted que siempre ha estado participe en el medio, ¿qué me puede decir de lo que
sucedía en este? ¿Seguía alentando los sonidos del Caribe?
Desde hace mucho tiempo soy radiodifusor o tengo mis programitas. Entiendo por eso la
importancia de la radio en cuanto al espacio y relevancia que le da a las tendencias
musicales posicionando de una u otra forma a los músicos. Creo entonces que de la misma
manera en la que contribuyen al desarrollo cultural también pueden desviarlo o impedirlo y
eso es lo que hace, al menos, la radio comercial de hoy en día: contaminar auditivamente al
público. Por eso, desde hace mucho tiempo solo escucho emisoras culturales, porque
definitivamente en las otras no saben lo que es la buena música y no hacen programas
interesantes.
Cuando yo empecé a hacer radio, a mediados de los años 70, la salsa predominaba en la
radio. En principio, gracias al Viejo Mike, quien de Barranquilla se había venido a Bogotá
para ponerle salsa a la radio y lo logró muy bien.
En 1978 participé en Radio Sutatenza, con un programa que se llamó ―La Hora de la
Salsa‖, aunque luego me dieron dos horas pero el programa no cambió de nombre. Luego
estuve en Todelar con un programa titulado ―Azúcar‖, en donde poníamos muchos temas
cubanos y yo hablaba largo rato de esta música. Simultáneamente fui invitado un par de
veces por Jaime Ortiz Alvear a Caracol para participar en un programa que se llamaba
―Salsa con estilo‖. Todo esto en medio de la efusión salsera que se vivía en el momento era
muy bien recibido por el público, tenía muchos oyentes que siempre llamaban a apoyar mis
programas y a pedir que hablara sobre temas distintos.
Cuando entré a las emisoras culturales, en 1986, me orienté un poco más a la
divulgación del bolero y de la música cubana de vanguardia. El programa que empecé a
realizar entonces fue ―Conversación en tiempos de bolero‖, en la HJUT, emisora de la
Universidad Jorge Tadeo Lozano, donde después de un año, por problemas personales con
la directora de la emisora, renuncié y casualmente me encontré con Camilo de Mendoza, el
director musical de Javeriana Estéreo, quien me invitó a continuar con el programa allí, que
hasta el sol de hoy tiene vida.

También participé un largo tiempo en la Radiodifusora Nacional de Colombia, desde
1989 hasta el 2004, cuando el gobierno actual nos sacó de forma violenta en pro de los
procesos de privatización que redujeron el equipo de 300 personas que colaborábamos en la
radiodifusora a unas 30 que lo hacen ahora, solo reproduciendo programas, con escasa
producción propia. Eso fue algo muy negativo, pues el programa que se llamó ―Del
Songorocosongo al Son para un Sonero‖ tenía mucha aceptación no solo nacional sino
también internacional. Yo mantenía la estructura de mis programas, presentando entrevistas
alrededor de temas ambiciosos que no perdieran vigencia. Alguna vez hice programas sobre
la historia del son, en unas doce emisiones; entrevisté a grandes músicos sobre el tema de la
evolución instrumental, y las letras o la literatura del son, el piano del Caribe, la trompeta
en el Caribe. Presenté también entrevistas de grandes personajes como Ismael Rivera,
Daniel Santos o Celia Cruz. La radio cultural siempre tiene las puertas abiertas para
difundir cosas interesantes, las demás ni me interesan.
Sé que para usted el oficio de la entrevista ha sido realmente trascendental en su
carrera, ¿por qué es este el género que privilegia? ¿Cuáles de sus entrevistas considera
memorables?
La entrevista es un género periodístico muy importante, si no, el más, porque es una
forma de saber o de corroborar la historia, y de analizar las versiones y distintas visiones
que hay sobre un mismo acontecimiento, fenómeno, momento. Creo que al tratar los temas
de mis programas de esta manera, el buen aficionado musical o el músico o el coleccionista
o el melómano, o el interesado, aprende mucho más y cree mucho más, pues no soy yo,
desde una figura reconocida o sabelotodo (que no lo soy) quien cuenta la historia. De ahí la
importancia de la entrevista, su trascendencia en las nuevas generaciones depende de su
profundidad. Para que una entrevista sea de buena calidad es indispensable que quien la
realiza conozca bien a su entrevistado, y en ocasiones, sepa anticipadamente las respuestas.
Memorables varias. Hablé con maestros como Guillermo Abadía Morales, uno de los
pioneros del folclor en Colombia, también con Otto de Greiff , con Álvaro Dalmar y con
Edmundo Arias. Un personaje que recuerdo con mucho cariño es Julio Ernesto Estrada
―Fruko‖, quien después de esa primera entrevista se convirtió en mi gran amigo, a quien
aprecio como músico, como persona, como compositor.

Y en Cuba, después de más de 20 viajes recuerdo haber conversado con grandes
personalidades, como Rafael Ortiz, director del Septeto Nacional, Rafael Cuervo, el último
director de el Trío Matamoros, Rubén González, Compay Segundo, Omara Portuondo, con
quien también hice una amistad muy bonita, los integrantes de la Orquesta Aragón, La
Original de Manzanillo, Adalberto Álvarez, Evelio Revé, Juan Formell, Chucho Valdés, y
por supuesto, Celia Cruz, quien me dejó en la memoria una frase que siempre tengo muy
presente: ―De la salsa solo podemos vivir todos aquellos que no servimos para nada más,
que nunca quisimos aprender a hacer algo distinto o a pensar diferente‖. Para mí, ella,
además de haber sido la gran voz de Cuba, era una sabia.
Con las entrevistas que hice en mis viajes a Cuba logré nutrir de forma interesante mis
programas radiales y los libros que he escrito. De todas maneras, siempre he tenido
presente que sea quien sea no tengo por qué creer en todo lo que me dicen y que siempre es
necesario confrontar las versiones, hacer las mismas preguntas a distintas personas, pues
hay músicos que tienden a exagerar su papel, otros que se quitan los años, otros que hablan
mal de los otros porque sí. Es bueno saber que la entrevista es el acercamiento más
confiable a la historia de alguien, pero que su testimonio no siempre es fiel.
¿Usted le ha sido siempre fiel a su música, quiero decir, nunca ha sido capaz el
movimiento comercial de influenciar abruptamente las tendencias musicales de sus
bares, de sus programas?
En mi bella y añorada juventud no fui, para nada, un hombre fiel, y si usted cree que
esos hombres existen déjeme decirle que se equivoca, que está muy románticamente
equivocada. No hay hombre fiel para desgracia de las mujeres en cambio, sí los hay para
gracia de la música. A mi música siempre le he sido fiel. Si por algún motivo he tenido que
fijar mi atención en otras tendencias no ha sido por infidelidad ni por descuido sino por
trabajo y por momentos muy cortos. En los bares sí se han modificado las tendencias
musicales con el paso del tiempo, pero es porque el amor cambia con los años y no porque
alguien o algo lo haya impuesto.
Salomé Pagana ya es otra cosa distinta a lo que fue el primer Goce Pagano o a lo que es.
Las tendencias son diferentes, el momento que vivimos es otro, pero le sigo siendo fiel a la
buena salsa, al buen latin jazz, al bolero, a la música de las costas colombianas, a lo que me
gusta y el público también comparte

Le gusta a usted tener siempre en cuenta al público, y quizá por eso a la hora de
locutar o de ser dj interviene antes de poner una canción con alguna frase particular,
como “Trucutú tracatá, lo que viene, lo que va” ¿Por qué lo hace? ¿De dónde proviene
ese estilo tan especial de presentar la música?
Bueno, en principio por animar la fiesta, por acercarme al público. Porque creo que es
importante que de vez en cuando los asistentes a las rumbas también sepan qué es lo que
están escuchando. Me gusta contarles cositas, ponerle calor al ambiente. Sé que la mayoría
de djs le tienen pavor al micrófono, pero a mí me gusta y por eso he creado esos estribillos
que ya se han hecho populares. Como ―salsa y cultura hasta la sepultura‖, ―como decía
Chopin que suene como Los Van Van‖, y en seguida pongo a Los Van Van, o ―como decía
Beethoven, música joven‖ y luego pongo a La 33, por ejemplo.
También hago anuncios humorísticos de matrimonios, divorcios, despechos. La gente va
y me cuenta su situación y yo algo me invento y lo relaciono con las canciones. Hago
sonreír o sonrojar a la gente, rompo el hielo. Creo que eso es también parte de ser dj.
¿Y para usted qué es lo que hace que un dj sea bueno?
Precisamente doy clases a los djs de Andrés Carne de Res sobre la labor. Para mí un
buen dj establece comunicación con la gente. No tiene que hablar, como lo hago yo,
necesariamente, pero sí, tiene que estar muy pendiente de su público, de lo qué hacen, de
cómo bailan, de qué bailan y qué no, de sus rostros, de su actitud. Tiene que comunicarse
con ellos por medio de la música, sentir la emoción o la decepción de la gente, tiene que ser
un gran observador, tiene que sensibilizarse con todo. Además, tiene que aprender cosas
técnicas que se hacen necesarias para manejar el sonido. Masterizar, contrastes, arritmias. Y
ser un investigador y melómano de la música, no puede llegar a poner lo que se le venga a
la mente, tiene que saber lo que está haciendo. Un buen dj es de alguna manera, un músico.
Por eso en Salomé mi hijo es el encargado de la música, pues ya lleva muchos años
formándose para hacerlo.
¿ Salomé Pagana es un bar salsero moderno?
Salomé existe desde 1988. En cuanto llegué de Medellín, luego de la frustración que viví
con el bar aquel en el que ponían música de despecho, lo fundé, sobre la calle 82 con
carrera 11, en la Zona Rosa de Bogotá

Se llamó así porque lo compré con ese nombre –antes era algo similar a un restaurante
hindú– y a mí no me disgustó para nada que el nombre de aquella bailarina bíblica fuese el
nombre de mi bar, claro, con el apellido que yo también me robé: Pagano (en esta ocasión
Pagana).
Salomé es un espacio grande, con capacidad para unas 180 personas, con disposición no
improvisada de tarima musical en donde los nuevos músicos tienen la oportunidad de
afincarse. Además está ubicado en una locación que tiene la cualidad de recibir a otros tipos
de público, gente de estratos altos, pero también de clase media y algo de baja.
Nuestra programación empieza desde el martes, con noches de bolero, pues no importa
que el bolero haya decaído o sido reemplazado por el vallenato llorón y la salsa rosadita, en
Salomé siempre habrá espacio para él y para sus nuevos intérpretes que no es que no los
haya sino que los nuevos ritmos los han dejado sin aire, y ya somos solo los viejos quienes
nos preocupamos por ello. Pero sorpresivamente me he encontrado con varios jóvenes
algunos martes en la noche.
Los miércoles hay espacio para la música colombiana, los jueves para la cubana y los
viernes y sábados para la salsa brava. Los viernes, sobre todo, estamos dando lugar a las
nuevas orquestas salseras, no solo de Bogotá sino del país, para que puedan mostrar sus
trabajos musicales.
¿Cuáles son esos nuevos talentos musicales? ¿Podríamos decir que vivimos ahora otra
época dorada de la salsa?
No sé si dorada, pero sí un buen momento. Hay más oportunidades de preparación
académica para los músicos, quienes en su mayoría están tratando de recuperar la salsa
tradicional, o clásica de los años 70, la que la gente extrañaba puesto que los medios
masivos de contaminación deformaron ese mensaje y pusieron a la vanguardia cosas
malucongas. Entonces los nuevos talentos están volviendo a hacer cosas interesantes, no
solo en Bogotá, sino en Cali con Toño Barrio y en Medellín con La República y
Siguarajazz, y en el Chocó con ChocQuib Town.
Son orquestas que ya están afianzando una identidad y una personalidad propias, en
donde se perciben sentimientos muy espontáneos y muy sinceros, de una juventud que se
preocupa por mejorar musicalmente y que ya está recibiendo el apoyo de un público que si
bien en un principio fue silencioso e ignorado o relegado exclusivamente a las emisoras

culturales ya se está viendo de algún modo en otros medios y en muchas partes. Como
sucede con La 33, quienes ya cuentan con un evidente apoyo en todas partes, radio,
televisión, prensa.
Lo chévere de este movimiento es que los jóvenes se están involucrando, y ya no están
únicamente cerrados en lo anglosajón, sino que han abierto su mente a estos nuevos ritmos
salseros. Y claro, como ya no son músicos jodidos económicamente los que están haciendo
música, sino jóvenes educados e hijos de papi y mami que no tienen angustias ni afanes por
ganar dinero para sobre vivir, el asunto funciona mejor, pues tienen más tiempo para
dedicarle a la música y para comprometerse sin miedo con ella. Pueden darse el lujo de
tocar lo que quieran y no lo que el cliente les pida.
¿Cuenta Bogotá con verdaderos espacios para las presentaciones en vivo?
Antes existían, o al menos se adecuaban, pero después de ―la hora zanahoria‖ que
impuso ―Antanalgas Mostroculos‖ sucedió algo horrible y fue que los dueños de los bares
no contrataban por ningún motivo a alguna orquesta, puesto que si cerraban a la una de la
mañana no había tiempo suficiente para mostrar a los músicos ni mucho menos dinero para
pagarles, y eso lo viví en carne propia. Así que por un tiempo la cultura de las
presentaciones en vivo se perdió.
Afortunadamente hoy vuelve. En la Avenida Primera de Mayo un lugar como El Templo
de la salsa, tiene espacio para ello, o Rumbavana en el Restrepo (al sur de la capital) o en
Salomé, en donde poco a poco hemos ido adecuando mejores espacios para las
presentaciones.
Creo que más que en los espacios abiertos, como lo que hace muy mal hecho Salsa al
Parque, no por negligencia de los organizadores sino por el bajo presupuesto que le otorga
el Distrito, –tan solo 150 millones de pesos cuando a Rock al Parque le dan cerca de 1500–
hay verdaderos lugares para la salsa en vivo en los bares, sea como sea, en buenas o malas
o pésimas condiciones técnicas, los músicos salseros de hoy tienen el apoyo de muchos
sitios de salsa y eso ha fortalecido mucho el movimiento.
¿Cuáles son las orquestas consentidas de Pagano y por qué?
Me gustan las que cultivan un son tradicional, al estilo de los años 70 y 80. Me gustan
La 33 y la Conmoción Orquesta. Como vanguardistas prefiero a La República y a Toño

Barrio. También me gusta Yorubá y el Sexteto Latino Moderno, por su propuesta novedosa,
podría decir que esas son las consentidas de la casa Pagano.
¿Ve usted en los nuevos salseros futuras generaciones musicales?
Las veo. Aún hay inmadureces, y a los músicos les hace falta interesarse más por la
dinámica de la presentación en vivo y por vestirse bien, que son cosas secundarias pero que
a la hora de la verdad importan.
Creo que están en un proceso de decantación para conseguir una estabilidad, para
mejorar la pericia con los instrumentos y con los arreglos, creo que hay muchas ganas y hay
entusiasmo pero falta técnica. Todavía hay una gran falta de solistas y de vocalistas que
estén impregnados de los códigos del Caribe, de la improvisación, de la mejor afinación.
Pero esas son cosas que se van consiguiendo en el camino, despacio y sin afán y algo
favorable para la salsa vendrá. Ahora que además la tecnología ha avanzado tanto y que las
grabaciones pueden ser hechas por los mismos músicos quienes conservan el dominio de su
música sin perder autonomía o ser explotados como sucedía antes con las casas disqueras.
¿Vuelve a ser Bogotá protagonista en la escena de la salsa? ¿Una capital salsera?
Sí, yo creo que lo que pasa ahora es algo que va a perdurar, que tiene buenas raíces, hay
más de 20 agrupaciones musicales que están trabajando fuerte en distintas formas musicales
de expresión y hay un público que alimenta esa corriente.
Bogotá siempre ha sido importante en la salsa y durante todo el año. No solamente para
festividades, pues aquí no tenemos el Carnaval de Barranquilla, ni la Feria de Cali, ni la
Feria de las flores; aquí la movida es más pareja durante todo el año, y eso se puede
demostrar, por ejemplo, con la asistencia que hubo al coliseo cubierto El Campín para la
presentación de la Fania, al que asistió mucha gente, más de 12.000 personas, más a ver a la
Fania que a Carlos Santana y eso lo pudo advertir todo el mundo, así los empresarios hayan
tenido la torpeza de cortar abruptamente a la Fania, que a pesar del deterioro y precariedad
que le han dado los años aún convoca a mucha gente.
¿Tanto como para decir que Bogotá es una capital salsera? Sí. Eso sin negar la
importancia de otras ciudades como Cali, Barranquilla y Medellín.

¿Sigue siendo César un melómano apasionado de la noche?
Sigo amando la noche pero ya no trasnocho tanto, máximo tres veces por semana. Antes
podía programar yo mismo la música todos los días sin problema, pero con los años la
situación tiene que ir mermando porque el cuerpo no resiste. Por eso ahora mi hijo Camilo
y Ronald, un cartagenero, son los que programan la música en Salomé. Yo me dedicó a
conversar con los amigos, con los músicos, a hacer relaciones públicas y a recopilar la
información suficiente para terminar de escribir lo que quiero escribir los últimos años de
mi vida. No me quiero ir de este mundo sin decir todo lo que tengo que decir, lo mucho o lo
poco que sé. Creo que aún no he dicho demasiado.

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