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¡Se escucha la olla! - César Colón Montijo



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Este texto es la introducción del libro “Cocinando suave: ensayos de salsa en Puerto Rico” publicado por la editorial El perro y la rana en el marco de la Feria Internacional del Libro de Venezuela 2015.

imagen de portada por José Rodríguez “La olla dio la señal, lleva el caldero al fogón…” -La Olla, Truco y Zaperoko1 -


Me toca destapar la olla, desempacar y desempolvar el archivo, la biblioteca, la colección, la salsoteca. Me acompañan Maelo y Cortijo, Héctor y Willie, Celia, Mon, Marveloski, El Gran Combo, el Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorkino, el Conjunto Libre, La Corporación Latina, La Zodiac y La Selecta. Leo y escucho a Don Tite Curet Alonso, Heny Álvarez, Roberto Angleró, Johnny Ortiz, Ramón Rodríguez, Rubén Blades y doña Margot. Cheo, ¡Sentimiento tú! Destapo la olla para orquestar una antología sobre salsa en Puerto Rico. Cocinando suave, a contratiempo quizás, se escucha la olla; su hervir nos rebasa, nos arrebata y desata la sabrosura. ¡Qué guiso! Hay una poética salsera en la que la metáfora culinaria ha servido por largo tiempo para decir sobre las bregas cotidianas del sabor, el gusto, el disgusto o la amargura. Sea el ¡Azúca’! de Celia o el Azúcar de Palmieri, el Arroz con habichuelas del Gran Combo, el Gumbo exquisito de Rafael Cortijo o el Ajiaco caliente de Willie Rosario, las referencias a la comida se distinguen en el repertorio salsero. Son varios los autores que han pensado la salsa a partir de distintas expresiones de esta metáfora. Pienso en los trabajos de Ángel Quintero Rivera, Juan Carlos Quintero Herencia, Enrique Romero y Juan Flores, por decir solo algunos de muchos otros que lo han hecho desde esquinas muy distintas.2 En esa “gran olla caribeña donde han bullido (…) todos los platos, las sopas y los secos, de la rumba”3 el antropólogo cubano Fernando Ortiz encontró la imagen del ajiaco como metáfora, concepto analítico y vehículo para darle otra sazón a sus teorizaciones sobre transculturación, identidad y música en Cuba. Vale la pena citar a Ortiz con calma, a fuego lento, y dejar que los olores de su ajiaco se dispersen por nuestro mar de islas.4 Lo característico de Cuba es que siendo un ajiaco, su gente no es un puchero terminado, sino un constante proceso de cocción. Desde los albores de su historia a las horas que transcurren ahora, siempre ha existido una entrada renovada de raíces, frutas y carnes exógenas a la olla cubana, un incesante borboteo de sustancias heterogéneas. De allí el cambio en su composición, y el hecho de que [la] cubanidad tenga un sabor y consistencia diferente dependiendo si uno toma una cucharada del fondo, en medio de la olla o hasta arriba, donde las viandas todavía están crudas, y el líquido burbujeante aún es claro (…) complejo proceso formativo, desintegrativo e integrativo, en los elementos sustanciales que tienen que ver con su resultado, en el ambiente en el que adquiere forma, y en las vicisitudes en el modo en que se desdobla.5 -


Ese constante proceso de cocción que Ortiz describe, ese incesante borboteo de sustancias heterogéneas, habla del Caribe más allá y más acá de Cuba. Me interesa esa “procesual cocedura” a la que se refiere Ortiz por las posibles vicisitudes, variaciones y desdobles del guiso. Meneo el ajiaco no como una búsqueda de la síntesis, la fusión o la hibridez. No pretendo, digamos, descubrir algún ingrediente secreto o degustar alguna posible esencia del ajiaco mestizo. Más bien propongo probar sus texturas diversas, sentir sus aromas y pestes, asumir el riesgo de que se desborde la olla mientras emergen los sabores entre la vicisitud y la gozadera.
Al invocar el trabajo de Fernando Ortiz en este guiso, sigo el decir de Ana Ochoa Gautier en un ensayo reciente acerca del pensamiento del autor sobre lo vocal. Ochoa Gautier conversa de manera crítica con el cubano a la vez que llama a deconstruir su pensamiento acústico para confrontar la imbricación en la obra de Ortiz de un folklorismo muchas veces patriarcal y conservador con un vanguardismo intelectual sobre lo musical y lo sonoro.6 La autora mantiene, sin embargo, junto a Elizabeth Grosz, la posibilidad de “captar y desarrollar lo que es útil en un texto o postura teórica, al mismo tiempo que se reconoce lo problemático de sus afirmaciones y presupuestos”.7
Es a la luz de estas reflexiones que propongo la relación entre música y comida en el Caribe no solo como un modo de decir y escuchar la música en lo cotidiano. Sirve más bien como una metáfora de acción, creatividad y crítica que permite pensar y proponer relaciones posibles entre estructuras sonoras, estructuras sociales y modos de vida.8 Ese complejo proceso de integración, desintegración y transformación continua cuyo sabor depende de por dónde y cuándo se le mete el diente, hierve en el fondo de las bregas del sabor salsero que se cuajan en Cocinando suave.
Esta colección pretende reflejar ese proceso de cocción salsera con sus variaciones, descargas, silencios, sabores, olores, gustos y disgustos. No hago aquí un llamado al consenso celebratorio. Propongo las fotos, poesías, crónicas, testimonios, historias y ensayos que se encuentran en estas páginas, así como el proceso de antologarlos y su eventual lectura, como un ensayo de orquestación intelectual, afectiva y crítica a la vez, en el que la disonancia y el desafine son tan prominentes como la armonía. Imagino este junte como un ensayo o proceso de creación colectiva, de prueba y error, de ajuste y amarre, de cruces y desencuentros. Me aprovecho de esa poética salsera de la cocción, entro por la cocina, y convoco a celebrar la salsa desde la fricción y el desajuste, en un contrapunteo entre antólogo, autoras y autores con diversos intereses, propuestas y preguntas. Un ensayo de salsa cocido en muchas salsas, quizás, o“una historia tejida de muchas historias”, como sugiere el músico y teórico Jairo Moreno en el ensayo con el que arranca este volumen.
Cocinando suave
Esta antología surge como una iniciativa de la editorial El perro y la rana en el contexto de la Feria del Libro de Caracas 2015 que homenajeará la cultura puertorriqueña. Los ensayos sobre salsa en Puerto Rico aquí reunidos enfocan el oído en la isla y en Nueva York. Sin embargo, este guiso está sazonado por sabores y saberes de otras salsas que se asoman a través de todo el libro. El proceso de armar este junte, mi trabajo de antólogo en este caso y de investigador musical en un plano más amplio, está marcado por la labor de investigadores venezolanos como César Miguel Rondón, Ángel Méndez, José Adames y Lil Rodríguez. El libro Salsa y Control de José Roberto Duque es referencia imprescindible. Mención aparte merece el colectivo los Macropanas del Instituto Pedagógico de El Paraíso en Caracas por su devoción y trabajo con la música del Sonero Mayor Ismael Rivera. ¡Ecuajei! Destaco además la labor de investigadores colombianos como Alejandro Ulloa, Gary Gutiérrez y Carlos Cataño, por mencionar sólo tres integrantes de ese enorme big band del saber salsero que resuena en Colombia. Hacer aquí una lista de investigadores cubanos imprescindibles sería excesivo. Me limito a saludar el libro La música en Cuba de Alejo Carpentier y la obra mucho más reciente de Leonardo Acosta Otra visión de la música cubana como referentes importantes en mi trabajo. Y escucho a Juan Formell que dice, ¡Nosotros los del Caribe tenemos cosas, que no porque sean nuestras son más sabrosas… Agua ardiente de caña!
La brega salsera que hierve en la olla de Cocinando suave, los ingredientes con los que orquestamos este guiso, se acercan a la salsa como “contexto interactivo constituido por una serie de planos intercalados que incluyen lo estético, lo comunicacional, lo cultural, lo social, lo sonoro, lo económico, lo generacional, lo local, lo regional, lo nacional, lo transnacional, y lo global”.9En La salsa y sus muertes, Jairo Moreno propone una hoja de ruta para la investigación y documentación historiográfica de la salsa. A la luz de la muerte y los rituales fúnebres de su amigo y director de orquesta Ray Barretto, Moreno reflexiona sobre “el espectro de la muerte” que ha marcado la historia reciente de la salsa debido al fallecimiento de figuras centrales de esta música y al declive de su éxito comercial ante las transformaciones de la industria discográfica.


Por su parte, el coleccionista e investigador Omar Torres Kortright nos ofrece en Avísale a Papy Fuentes, un testimonio de su búsqueda, encuentro y entrevista con este bongosero de culto en la salsa boricua. Conocido por su participación en la orquesta de Tommy Olivencia y por ser una presencia constante en los soneos de Chamaco Ramírez, su íntimo amigo, Papy Fuentes se retiró del espectáculo musical en 1975. Desde entonces muchos salseros se han preguntado, como Chamaco, ¿qué pasó que su bongó ya no está sonando? Leo el testimonio de Torres Kortright a la luz del llamado que hace Moreno por una labor historiográfica pluralista y heterogénea que espante además el espectro del olvido que sobrevuela la vida y muerte de muchas figuras centrales en la salsa.
Juan Carlos Quintero Herencia y Chris Washburne confrontan, desde distintas formas de la escucha y el trabajo intelectual, la larga brega carcelaria y de adicción en la salsa. En La acústica carcelaria: Las tumbas salseras, Quintero Herencia examina las marcas cotidianas de la experiencia de la cárcel y su institucionalización en la voz del sonero salsero. En un contrapunteo con Chamaco Ramírez, Marvin Santiago, Ismael Rivera y Frankie Ruiz, el crítico escucha esa acústica carcerlaria como el lamento de quien se ha visto sepultado en vida por “la crueldad obscena del sistema penal que lo recluyera”. Washburne, en cambio, ofrece una narración etnográfica e histórica sobre la relación entre la cocaína y la salsa en la ciudad de Nueva York. Su ensayo Salsa y drogas en Nueva York: Estética, prácticas performativas, políticas gubernamentales y tráfico ilegal de drogas, arranca desde su trabajo etnográfico junto a colegas músicos durante los años noventa en Nueva York para analizar el rol de la “narco-economía” en la producción, circulación, performance e interacciones sociales de músicos y bailadores.
Los ensayos de Quintero Herencia y Washburne dialogan en esta antología con las reflexiones del poeta José Raúl González, mejor conocido como Gallego. Artista subterráneo del performance y el verso, Gallego examina en conversación con el periodista y poeta Hermes Ayala, una selección de seis poesías publicadas originalmente en su libro Barrunto y traza, a partir de sus vivencias, los cruces entre la literatura, la salsa, el rap, el reggeaton, la adicción y la guerra de la calle, guerra que simultáneamente le arrebató un primo y le presentó la poesía y la salsa, dice Gallego, gracias a una conga mágica que conoció en la casa de su tío. El eco de un tambor, foto-ensayo del fotoperiodista José Rodríguez, es una galería de algunos tamboreros trascendentales en la salsa. Rodríguez enfoca su mirada desde la cercanía de la tarima y afina su lente, en clave como un rumbero más, para captar la ejecución y el goce de siete percusionistas mayores, magos del tambor.
De los tamboreros pasamos a las soneras de la mano de Frances Aparicio y Licia Fiol Matta. En su ensayo Una genealogía feminista de la Salsa: La India, La Lupe y Celia, Aparicio analiza el discurso y las prácticas musicales de La India a través de su relación con Celia Cruz y La Lupe. Aparicio escucha en el performance de La India un contradiscurso de la memoria, el género y la sexualidad que permite contrarrestar la historiografía salsera dominada por los hombres. El ensayo Camina como Chencha: La ética cínica de Myrta Silva, de Fiol Matta, examina la vida y obra de una sonera que precedió a, y coexistió con, la salsa. Fiol Matta provee un análisis sobre la voz, el cuerpo y la construcción de lo vulgar en la sociedad del espectáculo que dialoga con los temas de cárcel y adicción en la salsa. Su análisis del proceso creativo y de autoría colectiva en la música popular sugiere además rutas de investigación poco exploradas en los estudios sobre salsa.
Ana Teresa Toro Ortiz y Elmer González construyen, en sus respectivas crónicas, dos narraciones de la escena salsera contemporánea en Puerto Rico. Toro Ortiz se enfrenta en Las viudas de la salsa con un nudo difícil de desamarrar: la tensión de una posible escucha femenina al repertorio salsero que combine la crítica con el goce y reconozca en el machismo salsero los quiebres y fracasos de un país. La periodista explora el llanto como expresión afectiva de luto entre hombres fanáticos de la salsa que recuerdan a sus ídolos salseros rezándole un “rosario que en lugar de cuentas tiene botones de vellonera”. En La Catedral de la Música Latina en Puerto Rico, el profesor e investigador Elmer González hace una visita familiar a Discos Viera, en Santurce. González nos presenta con la cercanía y la confianza de un pana al señor Rafael Viera Figueroa, “el viejo Viera”, la llave de este templo de congregación para melómanos, músicos, fanáticos y coleccionistas de la salsa en Puerto Rico. Esta crónica nos dice, en diálogo con los ensayos de Jairo Moreno y Omar Torres Kortright, sobre la importancia del coleccionismo como espacio de sociabilidad, documentación y cocción de diversas expresiones del saber salsero.
Los dos próximos ensayos del volumen nos llevan de Santurce a Nueva York. Juan Flores discute en Preludios en Bugalú los cruces y genealogías sonoras que marcaron este estilo musical en los años sesenta como preámbulo a la salsa. Flores traza las diversas influencias culturales que marcaron la vida de músicos mayoritariamente puertorriqueños y nuyoricans que desarrollaron el bugalú y pone énfasis en la relación crítica que Eddie Palmieri mantuvo con este guiso. En Salsa underground neoyorquina: más allá de Fania, el sociólogo Hiram Guadalupe narra una historia de exclusión, segregación y resistencia musical. Guadalupe examina el trabajo de músicos que sobrevivieron el empuje casi inaguantable de la consolidación de Fania como sello hegemónico en la producción salsera en Nueva York durante los años setenta. Con el oído puesto en la obra de figuras clave como Frankie Dante, Manny Oquendo, Ángel Canales, Ernie Agosto, Tony Pabón y Los Hermanos Lebrón, el autor propone un repertorio de “salsa underground” que trascendió el canon comercial de Fania.
En su ensayo El cantante, Juan Otero Garabís traza una breve genealogía de la relación entre el pregonero y el cantante de salsa que nos ubica en el entre-lugar de la diáspora. El autor enfatiza las relaciones entre los procesos de modernización y migración urbana, las transformaciones de la industria del disco y los cruces entre el hablar cotidiano y el soneo salsero. Otero Garabís repasa las voces pregoneras de Rafael Hernández, Celia Cruz, El Conjunto Clásico y Arsenio Rodríguez para culminar con la figura de Héctor Lavoe como sinécdoque del paso del pregón al soneo. Ángel Quintero Rivera explora en La música jíbara en la salsa: La presencia viva del folklore, las marcas de la música campesina puertorriqueña, específicamente la tradición poética de la décima, en el repertorio salsero con particular énfasis en la obra de La Selecta. Quintero Rivera combina el análisis sociológico con el musical para acercarse a temas de política pública sobre la definición de música autóctona en Puerto Rico y dar así continuidad a su interpretación de la salsa como el sonido de un tambor camuflado y cimarrón, haciendo hincapié en la vitalidad actual del “patrimonio jíbaro sonoro” de la isla.
La historiadora Rosa E. Carrasquillo, mientras tanto, busca en su ensayo Maelo y El Nazareno: Una mirada al panafricanismo en la historia y práctica de la canción, la vitalidad de otras posibles huellas sonoras e históricas en la salsa. Carrasquillo propone una reflexión historiográfica sobre religiosidad popular, estética, oralidad y raza en el Caribe a través del análisis de la relación entre la imagen de Maelo y la de El Nazareno durante las fiestas del Cristo Negro en Portobelo, Panamá. Según la historiadora, esta simbiosis y el discurso musical del Sonero Mayor deben ser entendidos con relación a procesos más amplios de de-colonización y panafricanismo en el Caribe.
Los últimos dos ensayos de Cocinando suave nos llevan precisamente por el camino de la devoción, las memorias, los afectos, las emociones y la muerte. Estampas, un foto-ensayo del fotoperiodista Ricardo Alcaraz acompañado de una crónica de Christian Ibarra, narra los rituales fúnebres y el entierro de Cheo Feliciano. Es una conversación entre la imagen y la palabra, entre la escucha y la mirada, que está plagada de silencios, caricias, abrazos, lágrimas, carteles, cámaras, una flor amarilla y, por supuesto, de plena. Y con plena arranca Jossianna Arroyo su texto Dándole vuelta a los cassettes, una crónica o soneo en prosa donde la autora comparte la relación musical y afectiva que la unió a su padre. De este relato se desprende una ética y una poética de la relación familiar con la salsa desatada por los procesos culturales, políticos y económicos que han marcado la historia de la salsa y los salseros, y por los espectros que sobrevuelan su presente.
Ensayos con salsa


Llegamos, otra vez, a esa condena caribeña a la música de la que habla el escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez10, a la salsa como el dolor que se baila, según nos dice el periodista colombiano radicado en Barcelona Enrique Romero11, a esa necesidad de hablarle a los huesos sobre la que versa el poeta Gallego en esta antología.12 Dicen que tras la muerte de su entrañable amigo Rafael Cortijo en octubre de 1982 Maelo solía decir –como buscando agarrarse de algo para aguantar la brega de perder su voz y su amigo–, “Cortijo se llevó la clave”. En 1984, unos dos años después de la muerte de Cortijo y tres años antes de su propia muerte en 1987, Maelo no pudo cantar en el primer Día Nacional de la Salsa. Organizado por la emisora radial Z-93, este evento pretendía ya desde mediados de los años ochenta preservar la historia salsera y rendir tributo en vida a los máximos exponentes de la salsa. Maelo, el Sonero Mayor, fue el primero. Esa tarde en el estadio Pepito Bonano de Guaynabo, su voz desgastada entre las tribulaciones del espectáculo y los cantazos de la esquina, resonó en sus propias grabaciones y en las voces de soneros y fanáticos que le rindieron tributo. Maelo le habló a su público, pero no pudo cantarle su inspiración. Años más tarde, la Z –así, sin más, como se conoce entre los salseros de la isla a la denominada emisora nacional de la salsa– bautizó su estudio principal con el nombre del Sonero Mayor. Ese estudio es el espacio desde donde se ha construido un canon salsero mainstream en Puerto Rico marcado durante las últimas tres décadas por silencios, exclusiones y violencias que son inherentes a cualquier narrativa histórica.13
Es desde ahí, desde el silencio animado de Maelo como metáfora del camino salsero, desde el cansancio y la eventual transformación de su voz a través las voces de quienes “interpretan, circulan y reaniman”14 sus soneos, que convoco este junte en Cocinando suave. Me decía el maestro Javier Vásquez, arreglista de casi todo el repertorio de Maelo con Los Cachimbos, en una entrevista en su apartamento en Las Vegas, que mucho antes de que el término salsa fuera adoptado por la industria discográfica en los años setenta, en Cuba se usaba la expresión “tocar con salsa” para describir el afinque, el saoco, la maña o el sabor de los instrumentistas bravos. Traigo autores con salsa. Traigo ensayos con salsa. Cocinando suave, ¡el yerberito llegó! Sirva este volumen como un presentimiento –¡dímelo Gallego!, una invitación a destapar la olla, a desempacar y desempolvar el archivo, la biblioteca, la colección. Sirva también como un paseo por el barrio donde yo nací, el rinconcito donde yo viví, oí, leí, bailé y soñé. ¡Echa caldo ahí que los garbanzos están duros!
El profesor Juan Flores, autor del texto Preludios en Bugalú incluido en esta colección, aceptó mi invitación de inmediato con alegría y recomendaciones. Luego vino el silencio. Juan se nos fue el 2 de diciembre de 2014. Figura central en los estudios sobre música y cultura en Nueva York. Maestro, mentor y amigo de tanta gente. Sirva esta antología Juan, ojalá, como una plena en homenaje y agradecimiento a tu vida, obra y legado. ¡Ecuajei!


Truco y Zaperoko. (2003)“La Olla”. En Música Universal [CD]. New York, EE.UU.: Rykodisc. [↩]
Ver Ángel Quintero Rivera, Salsa, sabor y control: Sociología de la música tropical, Mexico y España, Siglo XXI Editores, 1998. Y Juan Carlos Quintero Herencia, La máquina de la salsa. Tránsitos del sabor, San Juan, P.R.: Ediciones Vértigo, 2005. Enrique Romero, Salsa el orgullo del barrio, Celeste Ediciones, Madrid: 2000; Juan Flores, Bugalú y otros guisos, Ediciones Callejón, San Juan, PR, 2009. [↩]
Enrique Romero, Salsa el orgullo del barrio, Madrid, Celeste Ediciones, 2000, p. 13. [↩]
El escritor y antropólogo Epeli Hau’ofa, utiliza la idea del “mar de islas” para describir a Oceanía desde una perspectiva cosmológica y geográfica que reta la fragmentación política que distintas potencias imperiales han impuesto a esta región. Tomo prestada su idea para mi reflexión más amplia sobre imperialismo en el Caribe. [↩]
Fernando Ortiz, Estudios etnosociológicos. La Habana: Editorial Ciencias Sociales, 1991, p. 16. [↩]
Ana Ochoa Gautier, “Voice in Fernando Ortiz: tools for rethinking the notion of scene”.En Made in Latin America Studies in Popular Music, editores Julio Mendivil and Christian Spencer, New York, Routledge, 2014. [↩]
Elizabeth Grosz , citada en Ochoa Gautier, 2014. [↩]
Ver Michael Jackson, “Thinking Through the Body: An Essay on Understanding Metaphor”, en Social Analysis: The International Journal of Social and Cultural Practice, No. 14 (December 1983), pp. 127-149. Y, Steven Feld, “Sound Structure as Social Structure, en Ethnomusicology, Vol. 28, No. 3: 383-409, 1984. [↩]
Jairo Moreno, en este volumen. [↩]
Ver el ensayo Juan Carlos Quintero Herencia en este volumen. [↩]
Enrique Romero, Salsa el orgullo del barrio, Madrid, Celeste Ediciones, 2000. [↩]
Ver el texto de José Raúl González “Gallego” en este volumen. [↩]
Michel-Rolph Trouillot, Silencing the Past: Power and the Production of History, Boston, Beacon Press, 1995. [↩]
Amanda Weidman, “Anthropology and Voice.” En Annual Review of Anthropology 43:4.1-4.15. 2014, p. 49. [↩]

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