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Los fabulosos cincuenta - Cristóbal Díaz Ayala



La demanda de percusionistas cubanos en los Estados Unidos creada por el
afrocuban jazz fue satisfecha con figuras como Chino Pozo, Armando Peraza,
Mongo Santamaría, Cándido Camero, Patato Valdés, Francisco Aguabella y
otros muchos, que empezaron a influenciar en el desarrollo del jazz. Seguirí-
an después otros músicos intérpretes de otros instrumentos, pero versados en
el idioma jazzístico. La presencia musical cubana en los Estados Unidos, que
lo empezó siendo en Nueva York, en esta década se va a extender al oeste, a
Los Angeles, con algunos de los percusionistas citados y otros, y el maestro
René Touzet, pionero del afrocuban jazz en aquella zona.
Con la década, llega la televisión a Cuba, y ya en 1953 existen cuatro canales
en La Habana; curiosamente, su impacto no fue tan violento para el cine
como lo fue en los Estados Unidos. A principios de la década Cuba tenía
aproximadamente 400 cines, entre ellos el recién inaugurado Blanquita, que
con sus 6.600 lunetas tenía quinientas más que el Radio City Music Hall,
hasta entonces el mayor del mundo. Después de la Revolución, su lunetaje se
redujo por debajo del que tiene el Radio City, y se rebautizó como Carlos
Marx.
El legendario Tropicana, que había comenzado su paso ascendente a fines
de la década anterior, se convierte en una importante atracción turística a
nivel mundial: se institucionaliza a nivel con el Radio City antes mencionado,
o el Moulin Rouge o El Lido de París. Pero no está solo, hay otros cabarets de
primera, como Montmartre, Sans Souci, y otros no tan suntuosos, pero con
sólida oferta musical, aun hasta los más humildes, como los cabarets de la
Playa de Marianao, empezando por el legendario Panchín.
La radio no se vio afectada por la televisión. Para 1950, el 89,96% de los
hogares cubanos tenían radio, y para 1958, Cuba contaba con 145 plantas
emisoras, con buena parte de la programación dedicada a la música. Es
bueno destacar que aunque la oferta mayoritaria era de música autóctona, el
carácter cosmopolita de La Habana hacía presente también en muchas emisoras,
la música española y de otros países latinoamericanos; había dos dedicadas
básicamente a la música clásica, la cmz, del Ministerio de Educación, y la
cmbf; una dedicada a la música sajona, cmox, y desde la década anterior, en
Radio Artalejo, jam sessions dominicales; y en otras emisoras, música de otras
etnias, como árabe, china, etc. Además en el barrio chino de La Habana
había un teatro chino y un cine con películas de dicho país.
Fue también la década en que proliferaron los anuncios comerciales cantados
o jingles, de manera que en ellos había música también. Los jingles sacaron
de apuros económicos a más de un compositor o cantante conocidos:
además, a veces se hacían tan populares que se grababan con letra ampliada
como el caso de Caricias cubanas, que fue originalmente un jingle para las
hojas de afeitar fabricadas en Cuba, marca Pal, y que Benny Moré convirtiera
en un éxito.
Además de los cabarets, funcionaban en Cuba las llamadas Academias de
baile, como el Sport Club, en Prado y Neptuno; Habana Sport, en Galiano y
Barcelona; Marte y Belona, frente a la Plaza de la Fraternidad; Sport Antillano;
y en Santiago de Cuba, Blanco y Negro.
Era frecuente desde tiempos coloniales que todas las poblaciones cubanas
de cierta importancia tuvieran sociedades de recreo, que en el caso de los
españoles se llamaban casinos, clubes las de criollos, y círculos las de artesanos
y obreros. Esta tradición, con otros nombres, se continúa en la República,
y además los antiguos cabildos afrocubanos se convirtieron en sociedades
para personas de color, como se les llamaba eufemísticamente.

Por supuesto que el aliciente mayor de todas estas sociedades era el baile, y
gracias a él se mantuvieron tantas orquestas y cantantes a lo largo y lo ancho
de Cuba.
Hay además determinadas industrias que establecen áreas de recreo, bien
para sus empleados, como el Club Candado, o con carácter general para el
pueblo, sobre todo las cervecerías, como la Polar, La Hatuey y la legendaria
Tropical y sus jardines. Allí se inicia desde los cuarenta la tradición de los
grandes bailes domingueros con varias orquestas, los famosos bailes de Los
Tres Grandes (reminiscencia de los Tres Grandes líderes durante la Segunda
Guerra Mundial, Roosevelt, Churchill y Stalin), y se les llamaba así a las
orquestas más famosas de aquel momento, generalmente las de Arsenio
Rodríguez, Arcaño, Melodías del 40, etc. Hay también teatro bufo cubano,
con las temporadas de la Compañía de Garrido y Piñero, la pareja de negrito
y gallego más famosa; pero otras muchas hacen temporada a lo largo de la
isla, tanto en las décadas anteriores como en ésta.
Los planos de la música puramente afrocubana, como las comparsas, habí-
an estado prohibidos desde principios de la República, hasta que en 1937 se
autorizó nuevamente su desfile. Desde entonces y siempre con carácter ascendente,
coordinadas con la celebración de los carnavales, las comparsas se convierten
en un espectáculo atractivo para cubanos y turistas. Lo que hoy es el
carnaval brasileño tiene su antecedente en el habanero. Géneros de lo afrocubano
hasta entonces relegados a humildes fiestas populares acceden mediante
las grabaciones al primer plano de atención nacional: la Panart graba los primeros
cantos litúrgicos yorubas en las voces de Merceditas Valdés, Celia Cruz y
otros destacados intérpretes. De pronto usted puede escuchar una invocación
a Eleguá en la bodega de la esquina de su casa, introduciendo cinco centavos
en la vellonera. El grupo afrocubano de Zayas y los Muñequitos de Matanzas
ponen de moda el guaguancó. Celina y Reutilio juntan con sus voces y guitarras
dos ramas ancestrales de nuestra música: con sus voces guajiras y su laúd,
le cantan a Changó y a Oshún, pero con sabor a campo.
En 1951 surge un nuevo género musical: el chachachá. Inmediatamente
capta el interés del público, y desplaza al mambo en la preferencia . Es más
fácil de bailar que éste, y un poco más lento, más cadencioso. Como su mejor
formato interpretativo es la orquesta tipo charanga, en donde se crea, esto
hace que reviva el interés por este tipo de agrupaciones y, en consecuencia,
que renazca el gusto por el danzón. A fines de la década surgirá otro nuevo
ritmo, derivado del chachachá: la pachanga.
Es también el momento en que se van consolidando ídolos en diversos planos
de la canción popular: Benny Moré, Celia Cruz, Olga Guillot y otros
astros menores.
Otra área dentro del complejo de la música que creció extraordinariamente
fue la industria discográfica. Panart ya tenía su nueva fábrica para 1952, y
empezó a producir Lp’s y discos de 45 rpm. Empezaron a surgir otros sellos
discográficos. Fernando Montilla, un ingeniero de sonido puertorriqueño,
estableció el sello de ese mismo nombre, que se dedicó a producir Lp’s que
prensaba en los Estados Unidos. Fue un sello que se convirtió en internacional
ya que, paralelo con el catálogo de música cubana, produjo uno importantísimo
de música española, sobre todo zarzuelas. Se debe a Montilla la primera
grabación de una zarzuela cubana, Cecilia Valdés. Jesús Goris, que había
tenido tiendas de discos, se decidió también a fundar su propio sello, Puchito,
que pronto se anotó grandes éxitos tanto en discos sueltos de 78 y 45 revoluciones,
como en los Lp’s de estrellas como Olga Guillot, la orquesta América,
Melodías del 40 con Pototo y Filomeno, la Orquesta Riverside y muchos otros.
Antes de terminar la década había logrado construir fábrica propia. Otro
sello fue Kubaney, creado por un antiguo vendedor de la rca Victor, Mateo
San Martín. Como en los casos anteriores, con mucho esfuerzo, visión y gusto
para escoger figuras importantes de nuestra música, formó en pocos años un
importante repertorio con figuras como Esther Borja, Trío Matamoros, la
orquesta de Belisario López y otros en su sello Kubaney.
A diferencia de los anteriores, el sello Gema fue fundado por un artista, el
actor cómico Guillermo Alvarez Guedes y su hermano, conjuntamente con el
músico Ernesto Duarte. Poseedores de un fino sentido para buscar y aupar
talento nuevo, rápidamente dieron a conocer y colocaron en el estrellato a
figuras como Celeste Mendoza, Fernando Alvarez, Elena Burke, Rolando Laserie,
y otros muchos. Después Duarte se separó, creando su propio sello con su
mismo nombre que también descubrió nuevos talentos, como Rolo Martínez.
Ante la fuerte competencia, la Victor tuvo también que crear un sello local
que puso en las hábiles manos de su director artístico, Eliseo Valdés. Además
de continuar los éxitos de sus figuras conocidas como Benny Moré y la
orquesta Aragón, en su nuevo sello Discuba, lanzó también talento nuevo,
como La Lupe y Pacho Alonso. Ya casi en las postrimerías del período (1959),
Arturo Machado, quien era presidente de la Asociación de Dueños de Victrolas
de Cuba y además el mayor operador de éstas —había 10.000 en Cuba en
1954—, decidió establecer su propio sello, al que tituló Maype y que fué también
semillero de artistas notables como Orlando Contreras y otros.
Otro hombre de la industria disquera, Nilo Gómez, hizo también su sello,
Modiner, con figuras que alcanzarían gran nombre, como Blanca Rosa Gil y
Nilo Borges.
Había fiebre discográfica en Cuba en 1958: entusiasmados por el éxito de
las antes mencionadas, cualquier grupo de amigos reunían unos cuantos
pesos, y creaban un nuevo sello. El cambio político cortó de raíz todos estos
esfuerzos, pero dejaron un importante legado musical, diseminado en cientos
de discos de 45 rpm y un puñado de Lp’s que todavía se van redescubriendo
poco a poco, con sorpresas muy agradables.
Esta industria se volcó al exterior exportando una parte sustancial de su
producción a Estados Unidos y Latinoamérica. Ayudaba a su promoción, además,
la presencia que desde la década de los treinta tenía la música cubana en
toda la cuenca caribeña gracias a la radio, y desde la década anterior, al cine
mexicano y a la circulación de revistas cubanas como Bohemia, Carteles y Vanidades,
así como revistas más pequeñas del tipo cancionero, en todo el Caribe,
con abundante información sobre farándula, radio, televisión y espectáculos
en Cuba. Todos estos medios y los discos fueron creando un mercado para los
músicos y artistas cubanos de todo tipo.
En 1954 se empezó a editar la revista Show: su editor, Carlos Palma, la dedicó
exclusivamente a música con predominio de material gráfico. Llegando
muchas veces a las 70 páginas, la revista estableció una red de corresponsales
situados en ciudades que iban desde Barcelona y Madrid, a Buenos Aires, Santiago
de Chile, New York y Montreal, incluyendo las principales ciudades de
Latinoamérica. Estos colaboradores tenían columnas donde daban cuenta de
la presencia de artistas cubanos en esos respectivos países y ciudades, así como
alusiones a artistas de esos países que habían estado en Cuba. En consecuencia,
Show llegó a circular en dichos países y profusamente en Cuba, hasta que
llegó el Comandante y mandó a parar. Para 1961 ya no existía Show. Pero dejó
una prueba testimonial del incesante movimiento de artistas y músicos cubanos
en esos lugares y en otros, como los reportajes de la bailarina Chelo Alonso
filmando en películas italianas; reflejó también la intensa vida nocturna de
nuestra ciudad, con más de diez cabarets de primera funcionando, y toda una
extensa lista que cubría algunas decenas más de otros centros nocturnos con
espectáculos en vivo.
El boom que hoy experimenta la música cubana en España, y un poco en el
resto de Europa, es mínimo en Latinoamérica, comparado a lo que habíamos
logrado a fines de 1958. Después, como se sabe, las limitaciones férreas a los
viajes de artistas y el desplome de la industria turística produjeron la crisis de
la actividad musical.
Definitivamente, pese a lo que dijo en sus versos Julio Blanco Leonard,
Mercelino Guerra y todos los músicos e intérpretes cubanos supieron encontrar
la melodía, el ritmo y la armonía en cada momento de esas cinco décadas
de incesante creación exitosa con difusión mundial.
¿A qué se debió este portentoso desarrollo de nuestra música en esos cincuenta
años? Una vez le pregunté al cantante cubano Barbarito Diez cómo ya
sexagenario se había incursionado en el repertorio folklórico venezolano, grabando
géneros de ese país con extraordinario éxito; y con su ironía habitual,
me dijo: «¿Usted no sabe que la necesidad hace parir mulatos?». Ese viejo proverbio
que me citó Barbarito, es la clave de todo el prodigioso mestizaje de
Cuba y otras tierras americanas. Y otro músico cubano, Jesús Caunedo, me
contestó a la pregunta con otra certera frase: «El músico cubano siempre tenía
que estar inventando». Poniéndolo a la inversa, la música cubana ha sido un
proceso de reinventación continua, de una eterna lucha entre la tradición y la
innovación llevada contra viento y marea por hombres y mujeres que después
de nuestros patriotas son, como grupo, los que más han hecho por Cuba.

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