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Mis recuerdos de Bebo Valdés - Cristobal Díaz Ayala



25 de marzo de 2013

Si tuviera que definir a Bebo Valdés con una sola palabra, sería elegancia. Su música, su manera de tocar, tienen clase, son diferentes.

Para fines de los años setenta, estaba tratando de encontrar información para mi libro Música cubana: Del areyto a la nueva trova. Historia de la música cubana, que saldría en 1981. Especialmente me interesaban los artistas que habían salido de Cuba a principios de la revolución, y situados la mayoría de ellos en La Florida y otros países caribeños. Pero uno, del que sabía que era pianista, compositor y arreglista destacado, que además había creado un nuevo género musical, el batanga, estaba nada menos que en Suecia. Era Bebo Valdés. Consigné esos datos en el libro, pero me quedó la curiosidad de saber algo más sobre él.

Gracias a Rosendo Rossell, conseguí su dirección y comencé a cartearme con él. En el verano de 1983, emprendí un crucero por el Báltico con mi familia, de esos en que cada día se llega a un puerto, se desembarca a ver la ciudad y al atardecer se regresa al barco. Así llegamos a Estocolmo. Al desembarcar, en una mañana nublada y fría, pese a ser en junio, vi en el muelle a un hombre alto, enfundado en un abrigo, que me esperaba. Era Bebo Valdés. Mi familia siguió con el resto de los turistas a visitar la ciudad, pero yo me pasé el día conversando con Bebo.

Para aquel entonces, había entrevistado muchos músicos y artistas cubanos en el exilio, tanto en Puerto Rico donde vivo, como en Estados Unidos y otros lugares del Caribe; ninguno más modesto que Bebo, al que casi se le dificultaba hablar de él, y ninguno con la mirada más triste, cuando se mencionaba a Cuba. Tal parece que ya sabía que no regresaria jamás a ella.

Entre otras muchas cosas, hablamos de su esposa sueca, Rose Marie, 21 años más joven que él, y de sus dos hijos suecos, Raymond y Rickard, de sus trabajos y luchas desde su salida de Cuba, de sus pasos en Europa hasta establecerse en Suecia. Parecía un hombre resignado a su destino, a morir sin que pasara nada importante en su vida, en esa bonita pero fría ciudad.

Seguimos carteándonos. En enero de 1987, me contaba: “Estuve hospitalizado 10 semanas… perdí el equilibrio y ni caminar podía debido a la inflamación de una vértebra de la espina dorsal… debido a eso se me quedó la mano izquierda un poco afectada para tocar el piano…”

Por ese tiempo Bebo estaba pensando en retirarse. Pasaba largas horas tocando el piano en hoteles, lo que probablemente le había causado aquel daño. Así me lo decía en una carta, comentando que Chucho su hijo le recomendaba que no lo hiciera y diciéndole que parecía mentira que mientras pianistas blancos como Claudio Arrau y Alexander Brailovsky tocaron casi hasta su muerte, un mulato fuerte como él estuviera pensando en retirarse…

La vida de Bebo ha sido narrada en una biografía escrita por el sueco Mats Lundahl. En Bebo de Cuba. Bebo Valdés y su mundo (RBA Libros, Barcelona, 2008), Mats narra minuciosamente su vida, desde su nacimiento en Quivicán en 1917, hasta su retiro. Sus éxitos cubanos, sus tempranos viajes a Haití donde hizo una fecunda labor (y se informó de la rica música de ese país e hizo amigos para toda la vida), su regreso a Cuba, su carrera musical vertiginosa. Pues hubo un momento, a fines de los años 50, en que Bebo era uno de los más destacados músicos de Cuba tanto como pianista, director, arreglista y compositor: un caso único.

El libro cuenta también su salida de Cuba, junto a Rolando Laserie, en 1960. Su estancia en España, donde también se destaca, arreglando y dirigiendo la orquesta que acompañaba a la cantante chilena Monna Bell en varias grabaciones. Su ingreso en la orquesta Lecuona Cuban Boys como pianista y arreglista de la misma (la posición más importante en dicha agrupación), y sus giras por Europa hasta que Cupido le lanza uno de sus dardos, con el nombre de Rose Marie, y se une a ella y comienza su larga etapa sueca.

Cuenta Lundahl que en una entrevista que le hiciera en agosto de 1989 el sociólogo norteamericano Vernon Boggs, Bebo le comentó: “Llevo veintiséis años tocando el piano en hoteles… pero eso se acabó. Ya no actúo en hoteles, pero pienso seguir escribiendo música hasta que muera”. La profecía fue cierta solo en parte. Bebo hizo después algunas grabaciones que no trascendieron en Suecia. En su correspondencia me hablaba de la suite que hacía tiempo estaba escribiendo, de música cubana.

Grabaciones, películas, premios

Pero a Bebo estaban a punto de sucederle cosas importantes. Visitó Nueva York en 1991 y allí lo entrevistó Max Salazar, quien le recordó que había sido él, Bebo, quien realizara las primeras grabaciones de Cuban jazz en La Habana, en 1952, con el número “Con poco coco” como primicia de este género. Algo que Bebo, por pura modestia, había olvidado completamente.

Ya por 1991 Paquito D'Rivera estaba pensando en hacer grabaciones con Bebo. Pero esto no llegaría a cumplirse hasta tres años después, cuando en un ciudad alemana, Ludwigsburg, al conjuro de Paquito se unieron (posiblemente por primera vez después de 1958) músicos cubanos que vivían dentro y fuera de Cuba. De la Isla llegaban Carlos Emilio Morales (guitarra eléctrica) y Amadito Valdés (timbales), y de fuera, Paquito (saxo), Juan Pablo Torres (trombón), Patato Valdés (tumbadoras) y otros. La estrella, sin embargo, era Bebo Valdés, y sus composiciones y arreglos. Muy propiamente, el título del disco fue Bebo rides again.

En las notas de ese disco, yo escribí: “Como pianista, Bebo es tan elegante como Lecuona, tan rítmico como los grandes maestros danzoneros, Antonio María Romeu y Cheo Belén Puig, tan inspirado y fiero tocando montunos como Anselmo Sacasas y Lily Martínez, y tan innovador como su hijo, Chucho Valdés, o Gonzalo Rubalcaba. Bebo es el gran maestro del piano”.

Creo que aquel disco debió merecer un premio Grammy, pero la firma editora, Messidor, no tenía al parecer experiencia suficiente para manejar la publicidad y dar a conocer efectivamente el disco entre los miembros votantes.

A todas estas, Nat Chediak, el cineasta cubano que había puesto a Miami en el mapa de las ciudades que hacían grandes festivales de cine, conocedor también del jazz latino (como lo demuestra su Diccionario de Jazz Latino, único libro en su clase), había comentado conmigo varias veces su interés en grabar a Bebo. Ese interés era compartido por el director español Fernando Trueba, otro fanático del jazz, que conocía de la obra de Bebo por su amigo Nat. De manera que invitaron a Bebo a que formara parte del elenco del documental que filmaron en Nueva York —Calle 54—, con todo un elenco de estrellas del jazz y de la salsa, incluyendo como las grandes atracciones a Bebo y su hijo Chucho, y a Cachao, contemporáneo de Bebo y como éste, la figura máxima en su instrumento.

Con ambos, Cachao y Chucho, hace Bebo dúos. La película, terminada en 2000, fue un éxito rotundo. Como acertadamente Nat definiera a Bebo, usando el título de una famosa novela de Jonh Le Carré, “El hombre que vino del frío” vino a calentar el ambiente musical del mundo entero. Y recuerdo que cuando se pasó la película en el Festival de Cine de Miami de 2001 el teatro estaba a reventar. Históricamente, en ese festival no se repetían las películas, solamente se pasaban una vez, pero hubo que hacer una excepción con Calle 54. Tal fue la conmoción que creó, y tuve la suerte de compartir aquella experiencia.

Con una visión tremenda, Trueba aprovechó la reunión de esos tres monstruos, Bebo, Cachao y Patato, y terminada la grabación de Calle 54, hizo con ellos otro disco, El arte del sabor, lanzado en 2001. Después, seguiría el descubrimiento fabuloso de la conjunción Bebo Valdés-El Cigala, grabado en parte en Miami —Lágrimas negras—, a los que le siguieron otros discos: Suite cubana y El solar de Bebo (estos dos reunidos en Bebo en Cuba), We could make such beautiful together (con el violinista Federico Britos), Bebo, Live at The Village Vanguard, y Juntos para siempre, con Chucho. Bebo ganó un puñado de Grammys y otros premios con ellos, todos grabados con más de 80 año de edad. Y vinieron otras películas además de Calle 54: El milagro de Candeal, Blanco y Negro y Bebo y Cigala en vivo. Más su colaboración especial en Chico y Rita.

Bebo nunca regresó a Cuba, pero paulatinamente fue reencontrándose con sus hijos, empezando por Chucho y sus hijas Mayra Caridad, y Miriam. Sin embargo, le faltaron hijos, nietos y biznietos por conocer o volver a ver. Los años empezaron a hacerse sentir, y Bebo fue retirándose, hasta que el artero mal de Alzheimer le atacara, agudizándose con la pérdida de su esposa, veinte años más joven que él, sucedida hace unos meses.

La última vez que lo vimos mi esposa y yo fue el verano del año pasado, en su apartamento en Benalmádena, Málaga. El alzheimer hacía mella en él, y no me reconoció de entrada; fue después que le mostré la portada de uno de sus discos de vinilo que le llevaba de obsequio, que me reconoció a través de la música. Al poco rato, fue al piano que tenía a pocos pasos, y comenzó a tocar, con la ayuda de su hijo Rickard que le proporcionaba partituras de los números. Pensé que no podía andar tan mal una mente que era capaz de darle, a cada segundo, órdenes diferentes a cada uno de sus dedos, y no pude contener algunas lágrimas. Así tocó por largo rato.

Pero el tiempo, el implacable, se fue imponiendo. Me contó luego Ludahl que en visita que le había hecho recientemente, ya no podía tocar tan bien el piano. Y llegamos al final de su vida terrenal, porque su presencia en la historia musical de Cuba, del mundo, será eterna.

Si tuviera que definir a Bebo Valdés con una sola palabra, sería elegancia. Su música, su manera de tocar, tienen clase, son diferentes. No hay estridencias, hay intrincadas combinaciones, cambios inusitados, pero todo hecho con la gracia de un prestidigitador que mezcla y cambia acordes, ritmos y compases sin que nos demos cuenta. Es música relajada, que nos hace sentir en un tiempo feliz e infinito, que no acaba.

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