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El Séptimo Cielo - Marta Beltran



EL SÉPTIMO CIELO
El único negro que podía entrar sin ningún problema al Séptimo Cielo era Catacolí, uno de los mejores bailarines de salsa en los sesenta. Tampoco podían entrar mujeres solas o en pantalones. Los hombres también tenían que estar acompañados por lo menos por su pareja. Eso sí, todos debían estar muy bien vestiditos.

En la carrera 8 # 28-60, incrustado dentro de un barrio industrial, entre fábricas y humo, quedaba el rumbeadero más famoso que ha tenido Cali.

Los únicos que se quejaban del ruido eran los vigilantes de las fábricas vecinas, quienes no podían dormir con la bulla de La pachanga se baila así, de Joe Quijano y Charlie Palmieri. De resto, todos bailaban felices, en esa época donde no existía ninguna ley semiseca y las puertas del Séptimo como le decían cariñosamente se abrían y se cerraban a cualquier hora.

Don Fabio Arturo, dueño del Sétimo Cielo, recuerda cómo fue al principio: En 1950, cuando mi papá lo inauguró, era un pequeño grill con menos de 20 mesas. En ese momento yo tenía solo 15 años, pero ya trabajaba a su lado. Unos años después mi hermano y yo nos hicimos cargo del lugar.

Terminó con 90 mesas, es decir que le cabían 360 personas, aunque muchas veces le metimos hasta 400 .

En su primera etapa, la música en el Séptimo Cielo se colocaba en una rocola. Un baterista acompañaba, en vivo, el disco que sonaba. Se trataba de un músico joven que iba temprano y se aprendía los temas que por la noche se iban a colocar. Poco a poco el lugar se fue haciendo famoso. Las mesas aumentaron y ya en los años sesenta época más famosa del grill la rocola no pudo con tanta gente y fue necesario montar equipos de sonido. Empezaron con unos pocos bafles pero finalmente se pusieron 14 con cuatro parlantes cada uno.

En este lugar se dio a conocer en Cali la Charanga Pachanga. Don Fabio Arturo se conseguía la música con un amigo marinero: Me demoraba seis horas yendo hasta Buenaventura por la carretera vieja, pues mi amigo me mandaba los discos por barco desde Estados Unidos. En cada viaje traía unos 15 elepés que enloquecían a la juventud. Los dos primeros temas que conseguí fueron Acuyeyé, de Pacheco, y A casa de Estanislao, de Belisario López. En la emisora Radio Reloj se encargaban de hacerme la propaganda más barata, a cambio de que les prestara los discos. Eso sí, se cortaban unas tres veces para que la gente no los grabara .

A la pista de baile solo se atrevían a entrar los que de verdad sabían moverse. Al escritor Umberto Valverde, uno de los más asiduos visitantes del grill en su época dorada, se le iluminan los ojos cuando comenta: Comencé a ir al Séptimo los domingos, porque era el día en que dejaban entrar a los menores de edad. Después cambié a los viernes o sábados. Allí se encontraban las galladas del barrio Obrero, del Benjamín Herrera y de San Nicolás. Empezábamos a competir en el baile y algunas veces la fiesta terminaban en peleas, con asientos y botellas volando encima de nuestras cabezas .

El domingo no solo iban los más jóvenes, también iban los mejores bailarines. Ese día la rumba empezaba a las tres de la tarde y se acababa a la media noche. La gente hacía colas para entrar y una vez llegaron a devolver a más de doscientas personas.

En 1987 don Fabio Arturo decidió cerrar El Séptimo Cielo. a pesar de que continuaba llenándose todos los días: Postobón empezó a comprar toda la manzana. Cuando nos dimos cuenta estábamos incrustados en el centro de la fábrica. Durante muchos años quisieron negociar pero yo no les quería vender. Finalmente me hicieron una oferta que era muy difícil de rechazar. Además ya estaba cansado de tanta trasnochadera. Por eso vendí el terreno, los 9.000 discos y me dediqué a la propiedad raíz .

Pero no fue tan sencillo. La despedida duró tres días. Tres días de rumba, licor, baile y lloradera, porque muchos no resistieron no derramar una lagrimita.

El grill más importante de Cali forma ahora parte de la fábrica de los productos Postobón. Grill, una palabra que en español no existe y que en inglés, según el diccionario, significa: parrilla para cocinar carne .

Pero para los que no se resignan a perderse de la rumba ha nacido un nuevo Séptimo Cielo, Se trata de las viejotecas de moda en la ciudad, donde seguramente muchos de los jóvenes que hicieron historia en el Séptimo serán recibidos con las puertas abiertas y un buen bolero.

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